Me he pasado media vida almacenando información inútil en el cerebro y la otra media vaciándolo y volviéndolo a llenar de cosas útiles. O, más bien, para no faltar a la verdad, os diré que aún estoy en ello. De hecho, mi cabeza es como una especie de basurero gigante en el que se mezclan las letras de las canciones que me gustan, las escenas de las pelis que me emocionan, las citas de los libros que no paro de leer, con los éxitos del verano que aborrezco, los nombres de los actores secundarios de las telenovelas que ve mi madre, los personajes de la telebasura y un sinfín de cosas. Es como si todos esos datos saltaran a mi cabeza sin quererlo yo y, en definitiva, tengo que confesar que le he acabado cogiendo cierto gusto a eso del trash.
Sin embargo, hay una parte de mi bagaje cultural que me ha causado no pocas dificultades y trastornos de personalidad en mi juventud y del que sigo luchando por deshacerme. Todo es culpa de la literatura perniciosa. O más bien, de no saber interpretarla con el humor y la distancia que se merece.¡Malditas Elle, Glamour, Marie Claire y, sobre todo, maldita Cosmopolitan!
March is the cruelest month
Hace 2 días